Aunque han pasado muchos años de esta aterradora experiencia que viví, tengo que confesar que hay veces que he llegado a pensar que todo esto solo fue una amarga pesadilla, y que nada de lo que viví fue real, pero en otras ocasiones, al ver las cicatrices que quedaron en mi brazos y en mis manos, el horror de lo que viví aquella ocasión vuelve aparecer, el miedo me traiciona y me hacen sentir que si cierro los ojos aunque sea solo por un segundo, el horror regresará otra vez, y está vez no tendré tanta suerte. En aquel tiempo visitábamos a mi abuelita Esperanza cada año en su pueblo para pasar la navidad y el año nuevo, ella vivía en un pueblo cercano a la ciudad de Orizaba, Veracruz. Por aquel entonces también se nos hizo una tradición que después de cada comida nos sentáramos todos en la sala a contar relatos de espantos, y aunque casi siempre eran de aparecidos, de la llorona o de los chaneques, en aquella ocasión empezamos a contar historias acerca de lugares embrujados o poseí